¿Cuál es el lugar más famoso de Palencia?

viernes, 17 de agosto de 2007

Lo que Palencia necesita es una puta revolución

Una de las más famosas frases que podían escucharse en cada concilio grulárico era, sin duda alguna "Esta ciudad lo que necesita es una puta revolución", pronunciada por uno de los más insignes miembros de nuestra orden (quienes pertenecieron o pulularon en torno a esta hermandad, ya sabrán a quién me refiero).

Y el tiempo no le ha quitado un ápice de razón, más bien al contrario, ha venido a confirmar las más sórdidas premoniciones para el futuro de esta ciudad: se está convirtiendo en un enorme geriátrico. Es posible que en breve comencemos a ver por la calle cuadrillas de batas blancas tirando de sillas de ruedas o insistiendo en administrar un buen lote de pastillas a personas nacidas en las primeras décadas del siglo pasado, es decir, lo que toda la vida se llamó "viejos", pero que ahora no se le aplica ese nombre porque parece que está feo, y se les llama ancianos, personas mayores, tercera edad..., lo que no les resta años ni dependencia ni respeto; son lo que son.

El problema es que en Palencia hay demasiados. No, no pretendo alentar un exterminio masivo, no se me mal interprete; para que fuesen menos bastaría con que hubiese más jóvenes, para lo que tenemos dos opciones viables: que vengan de fuera y que no se marchen los de aquí.

Pero esta ciudad y, sobre todo, sus políticos, carece de la suficiente imaginación como para adaptarse a las circunstancias. A pesar de anunciar grandes medidas, toda la actividad promocional se queda en un pucherito de garbanzos, unas casetas que dejan el suelo lleno de grasa y un buen puñado de indigestiones, y la promesa de un palacio de congresos y la rehabilitación de la cárcel, pero ¿alguien sabe para qué va a servir la cárcel si algún día se rehabilita? Debería haber decenas o cientos de proyectos que poner en marcha, pero se desconocen. Acabará siendo una gran sala de estudio con la disculpa de albergar a universitarios que lo necesitan, pero que van cuatro días al año, tres de ellos a ligar y uno a hacer como que estudian. Pero es más barato y más cómodo llenar aquello de mesas y sillas que tener que preocuparse de llenarlo de cultura y actividades. Y para esto no hace falta ni imaginación: basta con copiar las actividades de algún centro cultural de Madrid o Barcelona y dar el espacio a quién corresponde, que no son otros que aquellas personas o grupos que desarrollan sus actividades culturales sin pedir nada a cambio. ¿Qué tal una sala de ensayo y para conciertos para músicos y grupos de Palencia? ¿O una sala de exposiciones dedicada a la vídeo-creación? ¿O un taller permanente de creación cinematográfica? Claro que todo esto requiere trabajo y dar confianza a gente que no está adscrita a tu partido político ni a otros; es decir, fomentar la participación ciudadana, pero, para eso lo que necesitamos es una puta revolución.

jueves, 9 de agosto de 2007

Otro verano en Palencia

Dicen los que saben de esto que un buen baremo para medir la salud del turismo que acude a un determinado lugar es contar japoneses. Ustedes ya saben, estas personas más bien bajitas, de ojos rasgados y con una cámara de fotos de última generación colgada al cuello (ojo, no confundir con los chinos que nos quieren colonizar vendiendo baratijas, que son prácticamente iguales pero sin cámara). Pues bien, ¿han visto ustedes algún japones por Palencia? Habrán sido unos privilegiados si así ha sido, porque yo no he visto ni uno. Lo más parecido que me he cruzado ha sido algún pequeño grupito de catalanes (que no suelen tener los ojos rasgados pero sí llevan cámara, e incluso trípode algunas veces) quejándose amargamente de no encontrar un puto bar abierto en la calle Mayor y alrededores un sábado por la mañana.

Y es que es verdad; se cuenta y no se cree: la calle principal de una ciudad española, capital de provincia (que no de comarca, pues el Cerrato tiene su epicentro en otro lugar, pero de esto ya hablamos otro día, que puede resultar demasiado polémico) con solamente cinco bares, y escondidos. Para que luego hablen de señas de identidad. Así que claro, con este panorama, uno se aburre los veranos en Palencia. Antes podías quedar con los amigos para hacerte fotos por la noche abrazando y besando a las estatuas (sin necesidad de ningún psicotrópico, ¿eh?), pero ahora no queda ni gente con imaginación; solamente nos queda el recuerdo: un folleto titulado "La escultura me la pone dura" y los amigos en el recuerdo, algunos más lejos que otros.

Y Palencia sigue ahí, impertérrita, callada (o muda) y sin un mal japonés que llevarnos a la boca.